miércoles, 22 de abril de 2009

Una delicia para compartir...

La vida entera en la taza de Proust

Un día de invierno, al regresar a casa, mi madre, al ver que tenía frío, me propuso que tomara, contra mi costumbre, una taza de té. (...) Abrumado por el pesado día y la perspectiva de un triste mañana, llevé a mis labios una cucharada de té, en el que había dejado ablandarse un trozo de bizcocho. Y en el instante mismo en que el sorbo mezclado con las migas de bizcocho tocó mi paladar, me estremecí, atento a algo extraordinario que pasaba en mí. Un placer delicioso me había invadido, aislado, sin noción de lo que lo había causado. Y este placer había vuelto indiferentes las vicisitudes de la vida, inofensivos sus desastres, ilusoria su brevedad, del mismo modo que opera el amor, llenándome de una esencia preciosa: o, mejor dicho, esa esencia no estaba en mí, era yo mismo. (...) De pronto apareció el recuerdo. Aquel sabor era el del pedacito de magdalena que el domingo por la mañana en Combray (porque ese día yo no salía antes de la hora de misa), cuando iba a darle los buenos días en su cuarto, me ofrecía mi tía Léonie, después de haberlo empapado en su infusión de té o de tilo. (...) Cuando nada subsiste de un pasado antiguo tras la muerte de los seres, tras la destrucción de las cosas, solas, más frágiles pero más vivaces, más inmateriales, más persistentes, más fieles, el olor y el sabor quedan todavía largo tiempo, como almas, para memorizar, aguardar, esperar, sobre la ruina de todo el resto, para llevar sin doblegarse, en su gota impalpable, el edificio inmenso del recuerdo. Y cuando reconocí el sabor del trozo de magdalena empapado en el tilo que me daba mi tía (...) la vieja mansión gris sobre la calle a la que daba su cuarto se presentó como un decorado de teatro (...) y con la casa, la ciudad, desde la mañana a la noche y en todas las épocas, la plaza, adonde me mandaban antes de almorzar, las calles donde iba a hacer mandados, los caminos que tomábamos cuando hacía buen tiempo. (...) Todas las flores de nuestro jardín y las del parque de monsieur Swann, los nenúfares del Vivonne, las buenas gentes de la aldea, sus viviendas chiquitas, y la iglesia y Combray entero y sus alrededores, todo lo que adquirió forma y solidez, surgió, aldeas y jardines, de mi taza de té.

Marcel Proust (París, 1871-1922) En busca del tiempo perdido, Del lado de Swann. Losada, 2000. Traducción de Estela Canto
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